lunes, 2 de noviembre de 2015

Alejandro Jodorowsky: “El Arte Te Abre La Jaula Para Mostrarte La Belleza


Hace unos días, no muy lejos de su casa en París, Alejandro Jodorowsky (Chile, 1929) iba por la calle y se cayó. Se lastimó el codo y la rodilla y tuvieron que cocerle la herida que se hizo en la frente. “Pero no me quebré nada ni tuve una conmoción cerebral. Me recogieron varias personas y el farmacéutico me curó gratis. Todavía se puede confiar en la humanidad”, dice ahora con una sonrisa en Madrid, adonde ha venido a presentar su más reciente libro, La vida es un cuento (Siruela), una reedición y ampliación de El tesoro de la sombra, publicado hace 10 años. Este tarotista, novelista, dramaturgo, poeta, pintor, actor, director de teatro y cine, creador de técnicas terapéuticas como la psicogenealogía y la pisicomagia, comienza este libro con un microrelato sobre la eternidad y lo finaliza con una historia pornográfica. “Porque quise llevar al lector a sentimientos sublimes a través de la pornografía. Porque uno puede expresarse en todos los estilos, como he intentado hacerlo a lo largo de todas estas páginas. La verdad es que me inspiro en el móvil, que no es sólo un teléfono sino muchas cosas a la vez y nos invita a que seamos múltiples”, explica una mañana de sol tímido.

El escritor que tiene al teléfono inteligente como fuente de inspiración y que vivió casi dos décadas en México está sentado en el rincón de una biblioteca. “Leo EL PAÍS en tableta, ¿eh? Me la llevo al baño y ahí leo. Como las noticias son tan terroríficas, me cago de miedo, literalmente”, dice con una carcajada. Gesticula con las manos cuando habla y confiesa que guarda en el bolsillo de su abrigo negro un juego de cartas. “Las traigo siempre. Todos los miércoles leo el tarot gratis a 30 personas en un café que está al lado de mi casa. Bueno, últimamente, como estoy haciendo cine, una película que se llama Poesía sin fin, que es la continuación de La danza de la realidad, no puedo mucho. Trabajo desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche. Pero tengo un asistente que, durante 15 años ha visto cómo leo el tarot, un italiano muy bueno, y ahora él lo hace”, cuenta después de hacer un paréntesis en la entrevista para leerle el tarot a este reportero, no sin antes advertir: “no veo el futuro, ¿eh? Es para revelarte algo sobre ti. Tú te haces una pregunta intima, para ti, sin decírmela, yo te digo lo que sale en las cartas y, al final, tú dices si te hablan o no”. Las cartas hablan, desde luego, pero no tanto como él. A cada pregunta responde con una afirmación y un cuento. “Los cuentos me salvaron de morir cuando era niño”, afirma en su libro.

Un día, este artista chileno que de repente pronuncia alguna palabra en francés (idioma en el que vive desde finales de los años 70 del siglo pasado), mezcló los ritos chamánicos, el teatro y el psicoanálisis para curar a la gente. “Mira: los chamanes de las ciudades son falsos. Porque el chamán funciona en la naturaleza: trabajan con las plantas y los animales. Pero yo soy un tipo de ciudad y una vez vino una chica para que la curara. Sufría porque dudaba que su madre la amara. Le pedí el teléfono de la mamá y le dije: ‘señora, voy a curar a su hija. Durante media hora repita este mantra: hija mía, te amo’. La chica se acostó y la froté con el teléfono, en altavoz, mientras se escuchaba ‘hija mía, te amo’. Y se curó. Pero fue una experiencia de psicomagia. No soy un chamán. Ay, mira: ¡hasta con el teléfono se puede curar!”, dice asombrado por las posibilidades infinitas que ve en el pequeño aparato de comunicación.

Pregunta. Pero hasta hace poco no confiaba en la tecnología y, sin embargo, ahora está enganchado al móvil y al Twitter, donde tiene más de un millón de seguidores.

Respuesta. Bueno, las ideas no son eternas. Uno puede cambiar de ideas. Se deben cambiar como camisas. Las verdades son verdades hasta que dejan de ser útiles. Empecé a usar la computadora y el móvil y mi vida progresó porque se me abrieron nuevos horizontes. Las cosas no son buenas ni malas, depende cómo las uses.

P. Una persona está hecha de contradicciones. ¿Cuáles son la suyas?

R. Precisamente la multiplicidad. Como soy múltiple puedo afirmar varias cosas a la vez contradictorias. Y esa multiplicidad, en el fondo, me lleva a la unidad. Es la metafísica: el mundo es una multiplicidad sostenida por una unidad, que es la energía primera.

P. En comparación con otros escritores, usted comenzó a escribir “tarde”.

R. Yo siempre escribí, pero estaba acomplejado. Yo era amigo de Nicanor Parra, de Pablo Neruda, en México asumí una revista después de que García Márquez la dejó, Sucesos. Es decir: estaba entre monumentos, ¿cómo iba a atreverme a escribir yo? Hasta que a los 60 años dije: yo escribo así y ya está, me acepto como soy y no voy a compararme. Y publiqué por primera vez a los 60.

P. En la portada de este libro, y en muchas otras fotos de usted, hay un gato que siempre le acompaña. ¿Quién es este gato?

R. Ay, este gato. Kasán se llamaba. 17 años conmigo y se murió. Y no lo he podido olvidar. Ya era humano. Le dio un tumor junto a la nariz. Mi mujer y yo marchamos, como hacen en México para hacer una manda, y marchamos desde mi casa hasta el Arco del Triunfo, kilómetros y kilómetros, para que se curara. Y se mejoró un poquito. Recayó e hice tres marchas más. Y luego se murió. Ahora tengo otro gato, pero él es insustituible. Y, en mi inconsciente, Kasán, está. Llegó a casa cuando mi hijo pequeño tenía seis años. Le dije: ‘cómo vas a llamar a este gatito’. Me dijo: ‘¡Kasán!’ Cuando se murió fui a Internet a ver qué era Kasán y resultó que es la ciudad más santa de Rusia, donde están todas las religiones santificadas. Y él era un santo. A mí me gustan mucho los animales. Los gatos, sobre todo. Porque son sinceros y cariñosos. Eran sagrados para los egipcios, por ejemplo. Porque pueden ver en la oscuridad. Eso, en términos psicoanalíticos, es ver en tu inconsciente. No te encuentras hasta que no atraviesas la oscuridad del inconsciente, hasta llegar a tu luz central. Entonces, el gato es tu guía.

P. Esta antología de cuentos parece guiarnos por toda su obra.

R. Empecé a imaginar cuentos desde los cinco años. Vivía en una ciudad pequeña, Tocopilla (norte de Chile), muy cerrada. Y yo era hijo de inmigrantes, diferente a todos, que no tenía amiguitos. Entonces no me quedaba más que irme a una biblioteca que habían fundado los masones ingleses. Y la leí entera. Eran pocos libros, ¿eh? Y me crié entre esos libros, de cuentos y aventuras. De ahí viene esto que he escrito. Y de no encerrarse en un solo estilo. Porque hay que escribir en todos los estilos. Es un libro para que la gente tenga euforia. De todos mis libros, este es que el que te puede dar más alegría.

P. Alegría que le faltó en su infancia y adolescencia. Quizá, sobre todo, cuando era un adolescente gordo.

R. Sí, llegué a pesar más de cien kilos. Y tenía un hoyo en la cabeza porque se me cayó el pelo y mi hermana se burlaba de mí. Y yo andaba arrastrando los pies y nunca mirando el cielo. Porque a los nueve años me llevaron, bruscamente, a un barrio obrero de Santiago de Chile, terrible, violento, por donde pasaba el tren a dos metros de ti. Y me acomplejé. Fue terrible. Pero luché por salir. Un día descubrí la poesía. Había por ahí una máquina de escribir, marca Royal, le puse un papel y escribí un poema. Inmediatamente un primo mío mayor se enamoró de mí y me llevó a un grupo de artistas jóvenes. Y, bueno, tuve publico. Cambió mi vida: enflaqué, comencé a ser feliz, empecé a ser artista, a hacer muñecos, títeres, danza, circo, pintura... Todo: no había un arte que no practicara. Porque resulta que yo era múltiple.

P. ¿Realmente su familia era “monstruosa”, como ha dicho alguna vez?

R. Sí. Era. Cada mes o cada dos meses, mi padre le ponía un ojo negro a mi mamá. De un puñetazo. Ella tenía unos ojos más azules que el azul y, como era lo más bello que tenía, ahí la golpeaba mi padre. Mi madre me insultaba tan fuerte que, de pronto, decía: mi padre tiene razón de tener rabia con ella pero no tiene razón de pegarle. Entonces, tenía un conflicto contra la razón de mi padre de enojarse y la sinrazón de pegarle. Y mi madre decía: ‘este está a mi favor.’ Y mi padre me decía: ‘traidor’. ¡Pero yo no podía elegir a nadie! Mi madre nunca me acarició. Nunca me dio un abrazo. Y mi padre me agredía constantemente. Me decía: ‘¡maricón! Los bailarines son maricones, los poetas son maricones...’ ¡y yo era todo eso! Jamás tuve una conversación cercana con él. Siempre fui un solitario.

P. Y cuando ya usted tuvo hijos, ¿no cometió errores similares a los de su padre?

R. Muchísimos. Cuando se murió en un accidente uno de mis hijos, de 24 años, lo pasé muy mal. Pero yo comencé a hacer hijos no porque quisiera, sino porque estaba en contra del aborto. Tengo tres hijos de tres madres distintas. Yo estaba dedicado al ego, al arte. Estaba en el periodo de querer existir y ser aplaudido. Así que no me ocupé de mis primeros hijos, dejé que la mamá se ocupara. Empecé a hablar con ellos cuando tenían como siete años, cuando ya habían desarrollado su mente. Eso lo tomé del idiota de Confusio. Él decía: ‘de los niños no te ocupas sino hasta que tienen siete años’. Como yo lo admiraba, eso fue lo que hice. Y, claro, ellos sufrieron por tener un padre ausente. Después las madres se fueron y me los dejaron a mí y yo tuve ser padre-madre. Me ocupé de ellos y, sobre todo, de no inhibirlos y de desarrollar su creatividad. Un día me llamaron de la escuela de uno: ‘señor, hace tres meses que su hijo no viene al colegio, ¿qué pasó?’ Y le dije al niño: ‘por qué, qué haces’. Me dijo: ‘es que me voy al cine’. Entonces lo apunté a una escuela de circo. Y fue feliz. Y ahora tiene mucho éxito.

P. ¿Cómo se repone un padre de la pérdida de un hijo?

R. Fueron 10 años de sufrimiento. Viajé a dos lugares lejanos. Fui al sur de Chile a ver a una bruja, una machi, para que me curara, me dijera algo. Y me dijo: ‘sé valiente’. Fue todo lo que me dijo. Luego fui a México a ver a mi maestro zen, japonés. Llegué deshecho y me dijo una sola palabra: ‘duele’. Fue todo lo que me dijo. Y entendí que no tienes que luchar contra el dolor, tienes que sentirlo hasta que se pase. Y se demoró 10 años en pasar. Fueron diez años en los que sufrí día y noche. Luego fui aceptando todo y me cambió la vida, me cambió el arte, todo. Y fue para bien. ¿Increíble, no? Mi mayor desgracia es lo que más me ha servido. Es decir: con el tiempo, el dolor disminuye y el amor crece. Ese fue mi consuelo.

P. Por lo que dice y escribe hay quien lo compara con Paulo Coelho, por ejemplo.

R. Estuve con Pablo Coelho en la FIL de Guadalajara, en México. Estaba mi foto y la de él. Y un día me senté debajo de su foto y se formó una cola y durante dos horas firmé los libros de Paulo Coelho. Durante dos horas fui él. Y la gente no se daba cuenta. Después estuve comiendo con él y descubrí que es un industrial fantástico. Porque él sabe que su literatura es un negocio. Anda siempre con su asistente y su abogado y discute cuando sale algo en el periódico que no le gusta. Y se preocupa de todo. Es un maravilloso industrial.

P. ¿Y usted?

R. Yo no. Mira: cuando salió mi última película, La danza de la realidad, anuncié: ‘hago cine para perder dinero’. Porque estamos enfermos del dólar. El dólar no es Dios. No hay que hacer todo por dinero. Hay que hacer las cosas por el placer de hacerlas. Por el placer de crear y ser útil. Ya tengo una edad en la que sé que me voy a ir y tengo que dejar algo. Por eso hago lo del tarot, por ejemplo.

P. ¿Por qué nunca ha querido montar una escuela de psicomagia?

R. Porque no soy maestro, no soy gurú. Antiguamente, cuando se hacían las catedrales, llegaba el profesor y le hacían preguntas y él respondía. Si no le hacían preguntas, no decía nada. Yo hago lo mismo: me siento, me preguntan y yo respondo. Pero no ando dando prédicas. Porque no quiero hacer una secta. Soy artista. El arte no es enseñar. Es hacer una obra que le permita a los otros descubrirse a sí mismos. Y curarse.

P. ¿Usted ha logrado meterse en el inconsciente de otras personas?

R. Meterme no, pero abrirlo sí. Hace rato vino una mujer llorando porque se murió su hermano menor. Y le dije: ‘pregúntate por qué te afecta tanto. Un hermano menor ocupa tu lugar. Quizá te haya dado alegría que se fuera, pero te sientes culpable y por eso lloras’. Con eso le abrí algo. El inconsciente no es tu enemigo, como pensaba Freud, el degenerado polimorfo. Es tu aliado. Pero cuando no lo abres, te castiga con enfermedades, para que veas lo que no quieres ver. Pero cuando ves toda tu suciedad y tus límites e imperfecciones... lloras, primero. Luego, poco a poco le das la mano a tu ego, te das cuenta que has llegado a donde has llegado por todos tus defectos y, entonces, te encuentras.

P. ¿Cuál ha sido la obra de arte le ha ayudado a sanar?

R. Varias. En la pintura hay muchos ejemplos. Porque el arte va hacia a ti. Pero lo más importante es que tu vayas hacia a él. Porque te habla de cosas que todavía no ves. Te muestra también lo que no oyes, lo que no dices. Lo inefable. Y entrando en lo inefable te vas descubriendo a ti mismo. Para eso hay que ver el arte con buena voluntad. La sociedad, con sus prejuicios, nos encierra en una jaula. Y lo que hace el arte es abrirte la jaula y mostrarte la belleza. No hay verdad, pero hay belleza.

Fuente: El País

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