“Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no conoce, no puede hacer. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende, también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el conocimiento, más grande es el amor”.
Teofrasto Paracelso
“Mi afán es comprender”.
José Luis Sampedro
“Ser amado es existir”.
Alejandro Jodorowsky
Hay un lazo poderoso entre la consciencia y el amor. De ese lazo nace la vida, la evolución y el sentido. Porque el amor despierta nuestra curiosidad, nuestro afán por comprender, nuestra voluntad de saber.
Quien ama quiere adentrarse en la realidad del objeto amado. También es cierto que, cuanto más conocemos aquello que amamos, más tiende a crecer nuestro amor por ello. El jardinero con sus flores, árboles y tierra, el artesano en su taller con sus materiales y herramientas, el músico con sus instrumentos, partituras y melodías, el pedagogo con sus conocimientos y métodos en su anhelo de acompañar a sus alumnos en el proceso de crecer. Evoco ahora a buenos amigos y amigas, todos ellos grandes expertos en sus disciplinas y bellas personas, que manifiestan un factor común: la gran pasión por su labor y por los frutos de ésta; por su servicio a los demás. Esta dialéctica entre el conocimiento y el amor, que tan bien definió Paracelso, es el motor del cambio, de la evolución, del avance de la ciencia y del arte, de la transformación que convoca utilidad, bondad y belleza. Sí, la pasión aplicada al conocimiento y a su vez el conocimiento aplicado con pasión a lo que hacemos transforma el mundo.
El rigor trenzado con la entrega nos regala resultados formidables. La belleza, la creatividad y la innovación nacen en el encuentro entre la mente inquieta y el corazón latiente. También surge la voluntad que nos empuja perseverantemente a conquistar nuevos saberes, y cómo no, la búsqueda del sentido a la vida cuando éste parece ausente por las adversidades. Porque, como afirmaba el Dr. Viktor Frankl a partir de sus observaciones en circunstancias límite, lo que sostiene al ser humano es la voluntad de amar a alguien o a algo, es decir, lo que da sentido a nuestra vida, lo que nos ayuda a comprender qué nos esta pidiendo la vida y nos permite seguir avanzando a pesar de todo, es el anhelo de amar y crear.
También la alegría es uno de los frutos del descubrimiento que nace de la pasión por comprender. A su vez, la alegría abre la puerta a la generosidad que desea compartir con los demás el valor del hallazgo. Porque, ¿de qué sirven los frutos de la consciencia si no son dados a otros que también puedan crecer con ella?
Antoine de Saint-Exupéry daba en el blanco cuando afirmaba “Si queremos un mundo de paz y de justicia debemos poner la inteligencia al servicio del amor”. Así, amar y comprender se unen para servir, desde la empatía, desde la voluntad de construir un bien común. Porque si la cultura y la verdad nos hace libres, el amor y la voluntad nos hacen fuertes, y la unión de todos ellos hace que esta vida que nos ha tocado vivir sea más plena y llena de sentido.
Y lo mejor de todo ello es que estamos rodeados de oportunidades para cultivar esta pasión por aprender: los buenos libros que nos brindan las bibliotecas públicas, las librerías o la misma red, o espacios como éste, o el encuentro con el amigo, la conversación amable, o tan solo la escucha de nuestro dictado interior. Lectura, estudio, análisis, observación, contemplación, meditación también en la entrega al silencio. En todo ello nos aguarda el asombro del descubrimiento. Conozcámonos a nosotros mismos, conozcamos este mundo y vida que nos han sido regalados, entreguémonos a este ejercicio con el entusiasmo y curiosidad del niño que quiere aprender. Porque a quien tiene la pasión por aprender le es regalado el infinito libro de la vida para que lea y escriba en él.
Sumerjámonos entonces en esta aventura, quizás aquí mismo y, por qué no, ahora.
Feliz aprendizaje
Adaptado de un artículo de Álex Rovira
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