Por Ana Schlimovich | Para LA NACION
PARÍS
Pura suerte, una remota coincidencia, la materialización de esta idea: qué bueno sería conocer a alguien que tenga un departamento en París y quiera hacer un intercambio de casas. Algunos meses más tarde, durante un trekking a la Ciudad Perdida, en Colombia, conocí a Anne Laure, pariense, viajera y con departamento propio. 40 días después, un miércoles lluvioso de octubre, miro las fachadas de los edificios de la avenida Gambetta por la ventana y pienso que si no me apuro voy a perder el único plan que tenía en mente para este viaje inesperado: ir al café Le Téméraire para una lectura de tarot con Alejandro Jodorowsky.
La primera vez que leí algo de este artista chileno, amigo de Nicanor Parra y Enrique Lihn, que en 1953 y con 25 años se había instalado en París, fue en la pizarra de un café al lado de mi casa en Buenos Aires. No recuerdo la frase, pero la chica que la escribió con tiza, también chilena, la había sacado del libro La danza de la realidad, una autobiografía que cuenta los hechos, personajes y lugares de la infancia que forjaron al escritor, novelista, ensayista, poeta, dramaturgo, marionetista, mimo -trabajó durante años con Marcel Marceau-, actor, compositor de bandas sonoras, director de teatro y cine, historietista, dibujante, instructor de tarot y creador de la psicomagia y la metagenealogía.
Aunque el primer resultado de Google diga que el tarot es una "práctica adivinatoria del futuro que se realiza colocando de diferentes modos las cartas de esta baraja sobre una superficie", Jodorowsky no predice el futuro. "El tarot es un lenguaje que habla del presente -dice en uno de sus videos que abundan en la Web-. Si tú lo usas para ver el futuro te conviertes en un estafador, en un charlatán. Para mí el tarot es más serio, es una búsqueda psicológica profunda."
Tengo que llegar a las 15.30 para hacer la fila y recibir un número. Una amiga me dijo que cuando ella fue había unas 60 personas e hicieron un sorteo, los que sacaron los 22 primeros números tuvieron su lectura de tarot gratis, lo único que se paga es un euro por el número y cuatro más si se sale sorteado. La plata no se la lleva Jodorowsky, es para pagar el uso de las instalaciones, y los 22 números tienen que ver con los 22 arcanos mayores, las cartas principales del tarot de Marsella, que fue reconstruido por él mismo junto con un descendiente de los Camoin, familia que imprimió este tarot durante dos siglos.
Avanzo entre hojas amarillas por el cementerio Père Lachaise, paso por las tumbas de La Fontaine y Molière, sigo por la Rue de la Roquette y Ledru Rollin. La lluvia es apenas un cliché en mi segundo día parisiense. Llego hasta el número 32 de la avenida Daumesnil. Le Téméraire es un café de esquina, con el nombre escrito en luz de neón, toldos bordó y las sillas en hilera, tipo platea. Un café tan común que tengo que acercarme hasta la barra y preguntar si ahí tira Jodorowsky el tarot.
-Sí, siéntese y espere.
Todas las personas que entran preguntan lo mismo. Hay poca gente. Pido un café. A la media hora el señor de la barra me entrega un número, el once.
Cinco días atrás vi La danza de la realidad, su última producción después de 23 años sin filmar. El ladrón del arcoíris fue la única protagonizada por actores conocidos, Omar Sharif y Peter O'Toole; su fracaso lo alejó del cine. Salvo ése, sus films son considerados de culto, sobre todo El topo (1970) yLa montaña sagrada (1973), dirigidas, protagonizadas y musicalizadas por él. También leí Metagenealogía, coescrito con Marianne Costa, su ex pareja. En el libro explica cómo estudiar el propio árbol genealógico para detectar padrones, trabas y problemas que se repiten, hasta que algún miembro de la familia los torna conscientes e interrumpe la rueda.
El café se llena y por afinidad de idioma termino compartiendo la mesa con dos chilenos: Andrea, que viaja dos meses por Europa, y Jorge, dentista y gay no asumido de la ciudad de Concepción. Al fondo del local juntan varias mesas. Jodorowsky no llega. A eso de las 18, el italiano Moreno Fazari ocupa su lugar. Moreno es su discípulo y asistente desde hace 25 años y quien reemplaza a su mentor cuando está de viaje.
"Mi trabajo es colectivo, no privado. Siempre leo el tarot en grupo. Lo oculto se disuelve cuando se confiesa en sociedad", publica Jodorowsky en su Facebook, que tiene un millón y medio de seguidores. La frase contesta el primer pensamiento que tengo al ver ese grupo heterogéneo: ¿las lecturas son enfrente de todos? Combino con una chica que habla francés y español para que haga de traductora. ¿Y cómo es, puedo preguntar cualquier cosa? Cuanto más puntual la pregunta, más puntual la respuesta, dice la chica que es estudiante de tarot, como varios de los presentes. Once, mi turno. Me siento frente a Moreno. ¿Qué querés preguntar? "Estoy en una relación en la que no sé si seguir o no." Pone las cartas como un abanico y me pide que elija tres. Esa relación está terminada y ya lo sabés. ¿Otra pregunta? Demoro en reaccionar. Pienso. Pregunto otra cosa, elijo más cartas y escucho cómo enuncia datos sobre mi vida que no sé cómo sabe, mientras yo, roja de vergüenza, miro alrededor para ver las reacciones de los que están escuchando y no encuentro ni un gesto. Me manda a hacer un acto psicomágico que me parece imposible de llevar a cabo, hasta que escucho el que le dan a Andrea.
La psicomagia combina chamanismo, psicoanálisis y teatro. Son actos que el consultante debe llevar a cabo para destrabar situaciones y emociones del pasado. Según Jodorowsky, su creador, el inconsciente no distingue entre realidad y representación, y ciertos traumas pueden ser modificados a través de la ejecución de un determinado acto mágico-simbólico-sagrado.
Andrea pregunta sobre el amor. "Estás cerrada al amor -le dice Moreno-. Hay algo con tu sexualidad. ¿Tenés problemas sexuales? ". La chilena niega más sonrojada que yo y dice que, al revés, que desde chica es muy sexual. El tarotista saca otra carta. "¿Abusaron de vos cuando eras chica?" Silencio en la sala. "No", dice Andrea. "¿Tenés un hermano cuatro años mayor, verdad?" La chica abre los ojos. ¿Cómo sabe? "Tal vez no recordás que tu hermano te tocaba cuando eras muy niña y eso fue lo que despertó tu temprana sexualidad." Le prescribe el siguiente acto: tiene que vestir a un hombre con ropa del hermano y vestirse y peinarse como cuando era chica. El hombre deberá llevar una foto del hermano en el rostro y tendrán que hacer el amor. Durante el orgasmo gritará el nombre del hermano. Después tiene que enterrar la ropa de nena y plantar un árbol encima, poner una ceniza en una copa de vino chileno y tomarlo. "Hacelo y me volvés a ver."
Le toca a Jorge. "Me va muy bien profesionalmente, pero no estoy contento", plantea. A partir de las tres cartas, surge su historia familiar: hijo no deseado, nacimiento complicado, abandono del padre. Acto psicomágico: tiene que invitar a por lo menos cuatro amigos y simular su propio velorio. Y después, su nacimiento, con padre y madre. Además tiene que cambiarse el nombre, imprimir tarjetas con su nueva identidad y repartirlas entre todos sus allegados.
Salimos los tres de Le Téméraire y vamos a un bar a tomar vino y comer quesos. No nos conocemos, pero sabemos lo que nadie sabe de nosotros. Intercambiamos teléfonos y mails, y no volvemos a saber del otro.
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