Alejandro Jodorowsky siempre ha criticado que las diferentes religiones, se hayan apropiado de la santidad. Para que esto no sea así, él mismo se ha encargado de poner a funcionar un concepto: el de “santo civil”. El mismo Jodorowsky ha definido lo que sería esa “santidad civil”: “es un momento dado -dice Jodorowsky- en el que se hace humanidad, ayudar a los que te rodean, eso es santidad civil, y es necesario que todos lleguemos a ella”.
El concepto de “santidad civil” no es nuevo, cabe rastrear sus precedentes en la tradición heterodoxa occidental: basta recordar el “santoral científico” de la Iglesia Positivista de Augusto Comte (1798-1857). La funcionalidad del mismo consiste en apropiarse de todo el prestigio de la “santidad”, sin que ésta sea santidad en un sentido estricto, verdaderamente dicha. El mismo Jodorowsky lo dice en su libro “Psicomagia”: “El santo civil sería quien imita la santidad desde estas posiciones. Nadie es en realidad santo, sino que imita la santidad”. Con la “santidad civil”, enunciada por Jodorowsky, tendríamos una imitación de la “santidad”, un remedo de “santidad”, una falsa “santidad” que está al margen de la religión. El “santo civil” sería un filántropo (y, en los grados más avanzados, un ocultista). Y esto es algo más que una perversión de lenguaje, es una perversión conceptual inadmisible.
La “santidad” verdadera, en recta doctrina cristiana, no puede nunca ser cosa de la voluntad de un individuo, sino que necesita, para ser realmente santidad, de la gracia de Cristo. Así lo dice Jesucristo y lo podemos leer en el Evangelio de Juan: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). De tal modo que, por mucho que se quiera, “separados” de Cristo nada podemos hacer. No hay, por lo tanto, santos en otras religiones (aunque pudiéramos descubrir en ellas a hombres piadosos y de buena voluntad). Pero, si en otras religiones no hay santos, todavía será menos probable que los pueda haber en una sociedad laicista. La “santidad civil” es una táctica para vulgarizar la “santidad”, disolviéndola en una sociedad confundida, plagada de falsa espiritualidad y herida de relativismo.
Sin embargo, en la misma sociedad, merced a la influencia de grupos de poder que permanecen en la sombra (y a través de los medios de comunicación de masas, en los centros de enseñanza, etcétera) se ha llegado a elevar a los “altares laicos” a determinados personajes históricos, como si fuesen una especie de “santos civiles” que, una vez erigidos, se convierten en incontestables, en iconos que han de ser “venerados” por toda la población del planeta, la humanidad (les gusta decir a las terminales del Nuevo Orden Mundial). Todo el mundo tiene que alabar a esos iconos mundiales, aunque no se sepa de ellos nada más que tres o cuatro frases que figurarán como eslóganes. Uno de estos personajes es Mahatma Gandhi (1869-1948).
Gandhi era pederasta, como así lo ha puesto de manifiesto la biografía del historiador británico Jad Adams, “Gandhi: la ambición desnuda” (para ampliar la información, ver enlace). A Gandhi le gustaba bañarse con jovencitas y dormir con varias de sus adolescentes seguidoras. Pero esto no le impide ser un “santo civil” al padre de la India, que es idolatrado como un icono del pacifismo.
Tampoco lo del pacifismo parece cuadrarle del todo a su biografía real. Claro está, a menos que el fascismo sea considerado como una forma de pacifismo. Lo cual será difícil de aceptar. En diciembre de 1931, Gandhi visitó la Roma fascista de Mussolini. Gandhi no ahorró alabanzas a Mussolini, diciendo del Duce:
“Él es un verdadero superhombre, alguien inalcanzable. Es el nuevo Mazzini de Europa”.
Un santo civil podrá ser pederasta y filofascista y todo el mundo podrá seguir sirviéndose de su icono mediático, sin necesidad de la verdad histórica que es lo que, en verdad, importa menos a los que erigen estos falsos santorales.
Publicado por Carlanca
No hay comentarios:
Publicar un comentario