martes, 25 de marzo de 2014

El Rey Mendigo

En un país oriental, un rey es tan amado por sus súbditos que, cada noche, duerme en un lecho de flores frescas que sus súbditos han cortado para él. Una noche, al oír pasos sobre el tejado del palacio, se despierta. Sube a él y ve a dos seres misteriosos que parecen estar buscando algo.
-¿Qué andáis buscando por aquí a una hora tan tardía? -les pregunta.
-Estamos buscando un camello.
-Pero ¿estáis loco? ¿Cómo queréis encontrar un camello sobre este tejado?
-Y tú, ¿cómo vas a encontrar a Dios en un lecho de flores frescas? –le responden ellos.
Sus palabras provocan una revelación en el rey que abandona al instante su palacio para hacerse monje mendicante y estudiar con un maestro. El maestro, que es tejedor, se niega a aceptarle, en vista de su condición regia. Este último insiste argumentando que es un mendigo. El tejedor acaba por dejarse convencer y le permite quedarse con él. Durante cinco años, se dedica a limpiar las telas con humedad.
La mujer del maestro, apiadada de él, le dice un día a su esposo:
-Tu discípulo parece ser merecedor de la iluminación. Infúndele la sabiduría, eso es lo que él quiere.
-¡No está preparado! –le responde el tejedor.
-¡Claro que lo está! -replica la mujer-. ¡Estás equivocado!
-No. Cuando pase por debajo de tu ventana, arrójale la basura sobre la cabeza, ¡y verás!
Un poco más tarde, aprovechando que el discípulo pasaba por debajo de su ventana, la mujer le arrojó el cubo de la basura sobre la cabeza. Cubiertos de desperdicios, el discípulo la mira con enojo y exclama:
-¡Si fuera rey, no me habrías hecho nunca una cosa así!
Entonces el maestro concluye:
-¡Como puedes ver, no está todavía preparado!
Cinco años más tarde, el maestro le hace saber a su mujer:
-¡Ahora mi discípulo está por fin preparado!
-¡Pero si está igual que antes!...
El discípulo pasa por debajo de la ventana, se ve cubierto de porquerías, levanta la cabeza y declara:
-¡Bendito sea aquel que me arrojó esta basura! Acabo de darme cuenta que mi espíritu está lleno aún de ella y he de liberarme de la misma.
Entonces, el maestro le dice:
-¡Ven ahora voy a iniciarte y luego regresarás a tu mundo que va a necesitar tu sabiduría!
Algún tiempo después, abandona a su maestro y a su vestimenta de mendigo y regresa a su antiguo reino. Mientras está haciendo sus abluciones a orillas de un río, su primer ministro, que ha partido de caza, se cruza con él y le reconoce. Es un hombre bueno y fiel. Le dice al rey:
-Durante doce años, he cuidado de vuestros hijos, del palacio y de todos los asuntos del reino.
¡Regresad, oh rey mío! Vuestro es todo.
-¡Mira esa aguja! –le responde el rey –mendigo.
Saca una aguja, la arroja al río y luego le dice a su primer ministro:
-¡Ve a buscarla!
-¡Pero si ello es imposible!
-¿Por qué?
Porque se la ha llevado la corriente. Necesitaría años para conseguir buscar por todo el río y aún así tengo mis dudas de que fuera a encontrarla algún día. Poseo un millón de agujas en la capital.
¡Venid y os las daré todas!
-No. ¡No es esa la que yo quiero!
-¡Pero es imposible!
-¿Imposible?... ¡mira!
El rey se inclina sobre la orilla del río. Canta una melopea misteriosa como saben hacer los gurús y, de pronto, un pececillo saca la cabeza del agua, con la aguja en la boca. Se la entrega al rey. Éste se vuelve entonces hacia su atónito ministro, le muestra la aguja y le dice:
-¡Ya lo veis! ¿Qué necesidad tengo yo de poseer un reino cuando he encontrado la verdad?

Alejandro Jodorowsky en “La sabiduría de los cuentos”


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