El mundo sigue acaso tan injusto y desigual como cuando Mafalda nació -hace justo 50 años- y aunque ella ya no está presente para retratarlo con su irreverencia, su potencia discursiva sobrevive como un mojón que suma legiones de lectores con cada nueva edición de sus tiras y obliga cada tanto a su creador, el humorista Quino, a imaginar qué banderas levantaría hoy su inolvidable criatura.
¿Cómo ironizaría Mafalda sobre los fondos buitre? ¿Pensaría acaso que el mundo es menos desigual desde la aparición de iniciativas como la del matrimonio igualitario? Hace décadas que Quino afronta con resignación un aluvión de preguntas en las que viejos y nuevos lectores se sustraen al ejercicio de proyectar la mirada sagaz de la célebre niña sobre la agenda temática del presente.
Esa operación que pretende invisibilizar las fronteras temporales condensa un conjunto de lecturas sobre la creación del dibujante mendocino, desde la imperecedera orfandad que provocó la desaparición de la tira en sucesivas generaciones hasta la reflexión sobre los indicadores que explican la revalidación perpetua de los clásicos, condensada en el intento de hacerlos trascender su momento histórico para iluminar una secuencia de tiempo ajena a su circunstancia.
"¿Qué diría Mafalda de…? No empecemos con estas cosas, por favor", advirtió socarronamente Quino a los interlocutores de la conferencia de prensa que ofreció en la última Feria del Libro, aunque pronto olvidó el componente paródico de su frase y terminó embarcado en la idea: "Diría lo mismo que dijo siempre, no ha cambiado mucho la situación, seguimos cometiendo torpezas económicas y sociales, el surco entre ricos y pobres es cada vez mayor. Me parece una barbaridad".
La huella de este ícono de la rebeldía ha resultado tan decisiva, tan maleable a significaciones y públicos tan diferentes, que las cada vez más espaciadas apariciones del dibujante terminan convertidas en un espacio donde la niña retorna escuetamente encarnada en las pacientes formulaciones de su creador, que para satisfacer a su público se permite fantasear sobre las obsesiones que perseguirían hoy a su criatura.
Esa operación que pretende invisibilizar las fronteras temporales condensa un conjunto de lecturas sobre la creación del dibujante mendocino, desde la imperecedera orfandad que provocó la desaparición de la tira en sucesivas generaciones hasta la reflexión sobre los indicadores que explican la revalidación perpetua de los clásicos, condensada en el intento de hacerlos trascender su momento histórico para iluminar una secuencia de tiempo ajena a su circunstancia.
"¿Qué diría Mafalda de…? No empecemos con estas cosas, por favor", advirtió socarronamente Quino a los interlocutores de la conferencia de prensa que ofreció en la última Feria del Libro, aunque pronto olvidó el componente paródico de su frase y terminó embarcado en la idea: "Diría lo mismo que dijo siempre, no ha cambiado mucho la situación, seguimos cometiendo torpezas económicas y sociales, el surco entre ricos y pobres es cada vez mayor. Me parece una barbaridad".
La huella de este ícono de la rebeldía ha resultado tan decisiva, tan maleable a significaciones y públicos tan diferentes, que las cada vez más espaciadas apariciones del dibujante terminan convertidas en un espacio donde la niña retorna escuetamente encarnada en las pacientes formulaciones de su creador, que para satisfacer a su público se permite fantasear sobre las obsesiones que perseguirían hoy a su criatura.
¿Cuál sería la principal preocupación de Mafalda en 2014? La estupidez humana, seguro", arriesga Quino puesto una vez más a exhumar las ocurrencias de la pequeña de infancia eterna que dibujó por última vez un día de junio de 1973
¿Cuál sería la principal preocupación de Mafalda en 2014? La estupidez humana, seguro", arriesga Quino puesto una vez más a exhumar las ocurrencias de la pequeña de infancia eterna que dibujó por última vez un día de junio de 1973, seguramente ajeno a las especulaciones sobre el impacto que generaría esta muerte precoz con la que intentó sortear el devenir de los personajes gastados por el abuso de éxito.
Así de desprevenido fue el origen de esta pequeña inquisidora, que se publicó por primera vez en la revista Primera Plana el 29 de septiembre de 1964, con formato de tira pero con el objetivo encubierto de publicitar una línea de electrodomésticos de nombre Mansfield, lanzada por la firma Siam Di Tella.
Sin embargo, la historieta dejó muy pronto atrás su impronta capitalista -en tanto su origen está ligado a la lógica de consumo impuesta por este orden económico- para transformarse en un emblema anticapitalista que desde el humor objetó los déficits del sistema y retrató las tensiones de una sociedad pacata atravesada por prejuicios atávicos, librada a los desatinos políticos e inmersa en un clima de beligerancia impuesto por la guerra de Vietnam y el fantasma de la Guerra Fría.
No sólo eso: Mafalda, que fue traducida a 30 idiomas y lleva vendido en la Argentina más de 20 millones de ejemplares, se hizo fuerte en la representación de distintos arquetipos sociales consustanciales a los 70, desde el ama de casa confinada a la vida familiar y absolutamente indolente con las problemáticas del mundo exterior hasta la rebeldía multidireccionada de los jóvenes.
La tira de Quino -que el próximo 7 de octubre viajará a España a recibir el Premio Príncipe Asturias de Comunicación y Humanidades, otorgado por primera vez en su historia a un humorista gráfico- bosqueja las tribulaciones de una niña que entremezcla un mapa de afinidades y rechazos acordes a su edad -el odio a la sopa, el amor a los Beatles- con una menú de temáticas asociadas al mundo adulto, donde tienen lugar sus apreciaciones sobre la paz, los derechos humanos y la democracia.
"Mafalda vive en un continuo diálogo con el mundo adulto, mundo al cual no estima, no respeta, hostiliza, humilla y rechaza, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres", la definió alguna vez el semiólogo y ensayista Umberto Eco.
Militante incansable contra la injusticia, la hipocresía y la discriminación, la eterna rebelde supo resumir las contradicciones de la época: por un lado el descontento frente al rumbo de la economía pero al mismo tiempo la expectativa latente de un cambio social impulsado por los coletazos del Mayo francés y los movimientos revolucionarios que se replicaban por entonces en distintas regiones de América Latina.
Cincuenta años después, el desencanto parece haberse adueñado del paisaje y más allá de la disolución de la idea de progreso -una contribución certera de la posmodernidad- y de la revolución tecnológica que ha transformado desde las guerras hasta las relaciones personales, nada parecería sorprender demasiado a la contestataria Mafalda.
"No me imagino cómo sería ella hoy. La dejé de dibujar y ya está. Si Susanita se hubiera casado con Felipe y ese tipo de historias... a mí jamás se me ocurren. Soy como un carpintero al que le gusta trabajar la madera, algunos muebles le salen mejor que otros, pero a todos los quiere igual", matiza por las dudas Quino tras una nueva embestida en la que el público da cuenta de su fervor, a la vez que -a veces subrepticiamente, otras no tanto- clama por prolongar las desventuras de la niña que se transformó en signo de los tiempos. De todos los tiempos.
Así de desprevenido fue el origen de esta pequeña inquisidora, que se publicó por primera vez en la revista Primera Plana el 29 de septiembre de 1964, con formato de tira pero con el objetivo encubierto de publicitar una línea de electrodomésticos de nombre Mansfield, lanzada por la firma Siam Di Tella.
Sin embargo, la historieta dejó muy pronto atrás su impronta capitalista -en tanto su origen está ligado a la lógica de consumo impuesta por este orden económico- para transformarse en un emblema anticapitalista que desde el humor objetó los déficits del sistema y retrató las tensiones de una sociedad pacata atravesada por prejuicios atávicos, librada a los desatinos políticos e inmersa en un clima de beligerancia impuesto por la guerra de Vietnam y el fantasma de la Guerra Fría.
No sólo eso: Mafalda, que fue traducida a 30 idiomas y lleva vendido en la Argentina más de 20 millones de ejemplares, se hizo fuerte en la representación de distintos arquetipos sociales consustanciales a los 70, desde el ama de casa confinada a la vida familiar y absolutamente indolente con las problemáticas del mundo exterior hasta la rebeldía multidireccionada de los jóvenes.
La tira de Quino -que el próximo 7 de octubre viajará a España a recibir el Premio Príncipe Asturias de Comunicación y Humanidades, otorgado por primera vez en su historia a un humorista gráfico- bosqueja las tribulaciones de una niña que entremezcla un mapa de afinidades y rechazos acordes a su edad -el odio a la sopa, el amor a los Beatles- con una menú de temáticas asociadas al mundo adulto, donde tienen lugar sus apreciaciones sobre la paz, los derechos humanos y la democracia.
"Mafalda vive en un continuo diálogo con el mundo adulto, mundo al cual no estima, no respeta, hostiliza, humilla y rechaza, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres", la definió alguna vez el semiólogo y ensayista Umberto Eco.
Militante incansable contra la injusticia, la hipocresía y la discriminación, la eterna rebelde supo resumir las contradicciones de la época: por un lado el descontento frente al rumbo de la economía pero al mismo tiempo la expectativa latente de un cambio social impulsado por los coletazos del Mayo francés y los movimientos revolucionarios que se replicaban por entonces en distintas regiones de América Latina.
Cincuenta años después, el desencanto parece haberse adueñado del paisaje y más allá de la disolución de la idea de progreso -una contribución certera de la posmodernidad- y de la revolución tecnológica que ha transformado desde las guerras hasta las relaciones personales, nada parecería sorprender demasiado a la contestataria Mafalda.
"No me imagino cómo sería ella hoy. La dejé de dibujar y ya está. Si Susanita se hubiera casado con Felipe y ese tipo de historias... a mí jamás se me ocurren. Soy como un carpintero al que le gusta trabajar la madera, algunos muebles le salen mejor que otros, pero a todos los quiere igual", matiza por las dudas Quino tras una nueva embestida en la que el público da cuenta de su fervor, a la vez que -a veces subrepticiamente, otras no tanto- clama por prolongar las desventuras de la niña que se transformó en signo de los tiempos. De todos los tiempos.
Fuente: Télam
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