Es una ciudad con mar. El niño llora. El viejo, con ternura, estrechándole por la espalda entre sus brazos, le consuela. "No llores niño". Se escucha el agua. El niño llora porque sus papás no le quieren. Llora porque tiene la polla circuncidada y eso le diferencia de los demás. Sus patas son demasiado pálidas. Su nariz le delata; judío. "No llores niño, no temas, yo soy tú, solo que algunos años después. Estoy bien". Pasado y presente confluyen, siete décadas antes o siete décadas después. Jodorowsky (viejo) abraza a Jodorowsky (niño) y le mece al ritmo de las olas.
Ha pasado mucho tiempo desde que Alejandro Jodorowsky (1929) abandonase Tocopilla (Chile), la pequeña ciudad donde nació y se crió. Allí nada ha cambiado, todo sigue igual. Fuera, en cambio, todo es diferente. En su nueva película, 'La danza de la realidad', el artista colorea su infancia rellenando los huecos que la imaginación y la memoria, a veces confundidas, a veces mezcladas entre el caos sin más, le han permitido reconstruir. Catarsis estética y dialéctica al servicio del creador de la psicomagia, incansable en su empeño por embellecer un poco más este mundo.
GONZOO: Esta es una película que te debías, que tenías que hacer.
ALEJANDRO JODOROWSKY: Bueno, yo soy un ser honesto. Nunca me he vendido, ni al cine industrial ni a nada. Lo que hago siempre es lo que tengo que hacer, lo hago obligado, no porque yo quiera. Con el cine no me gano la vida, me la gano con los cómics. Entonces, cuando hago algo es porque es necesario, porque si no enfermaría.
G: Necesitabas contar tu infancia.
A.J.: Claro, había una necesidad, pero los sueños también son necesidades, si no, no soñarías. Yo soy un artista. Todos servimos para algo, aunque no todos lo hacemos para lo mismo. A mí me tocó eso que se llama 'talento artístico'. Se me dio una imaginación. Con el tiempo he logrado crear un estilo personal, no me parezco a nadie en el cine. Tampoco en la escritura o en los poemas… He encontrado mi estilo. Todos los artistas luchan por encontrar su estilo, por poder decir lo que tiene que decir. Yo tenía que contar esto. Hace años creé una terapia, la psicomagia, y ahora quería incorporarla al cine, hacer un cine psicomágico. Que de alguna manera sirviese de algo, una especie de curación, de revelación. Por eso lo tuve que hacer y por eso lo he hecho.
G: Has vuelvo a visitar tus traumas de la infancia más de 70 años después, ¿el pasado no hay que enterrarlo?
A.J.: No, no hay que olvidarlo: hay que enriquecerlo. Tenía mi pasado desde solo un punto de vista, el del niño que fui a los 9 o 10 años. Cuando dejé Tocopilla, fue para no volver más, pero me quedé con la curiosidad. Cuando volví al pueblo para rodar la película me sorprendió haber tenido la suerte inmensa de que todo siguiese igual. Nada había cambiado, porque es un pueblo casi muerto que vive de una fábrica eléctrica. No está en los mapas, no está en los libros. Lo encontré tal cual. La manzana donde yo vivía, la calle donde estaba mi casa, para mí era un lugar inmenso en aquella época. Cuando lo vi de nuevo era chiquito. Algo tan pequeño… El regreso me ha servido para ubicar mi dolor infantil, conocer y hacerme amigo de la ciudad, de la población… Para cambiar.
G: ¿Existe el perdón mientras haya memoria?
A.J.: Sí, claro que sí, porque además puedes cambiar tu memoria, enriquecerla. Eso lo aprendí en el cine. Yo admiraba mucho la película de Frankenstein, la del jorobado de Notre-Dame… películas todas en blanco y negro. Con el tiempo empezaron a colorearlas y lo que el espectador podía ver era algo totalmente distinto. Así que lo apliqué a la memoria, porque tenía un punto de vista que podía colorear. Ahora puedo aportar a mi memoria visiones que no tuve cuando niño, porque mi cerebro estaba limitado a la edad. Con 85 años puedo agregar otro punto de vista. Los mutilados que había en el barrio no eran tan terribles como yo pensaba entonces. Eran buenas personas, sufriendo. Cambié mi memoria, la enriquecí, y al enriquecer mi memoria, he enriquecido mi vida.
G: Entonces, ¿qué papel juega el olvido?
A.J.: Pero, ¿qué es el olvido? Nada se olvida. Es como internet. En internet está todo, solo hace falta que lo busques y sepas apretar los botones correctos. No hay nada que se olvide, todo se graba en el cerebro. Antes no podíamos comprenderlo, "es imposible grabar tanto…", pensábamos. Pues mira internet, todo lo que se puede registrar. El cerebro es mil veces, ¡qué digo mil...!, millones de veces más poderoso que internet. Tiene todo. Yo creo que tiene hasta la historia de tu árbol genealógico, creo que hasta la creación del universo está allí. Es cuestión de ir a buscarlo y saber encontrarlo.
G: Eres muy activo en redes sociales. ¿Por qué las utilizas, cómo llegaste a ellas?
A.J.: Por arte. En realidad solo uso Twitter, Facebook no lo llevo yo. Me puse el reto de ver qué podía crear en 140 caracteres porque a mí me gustaba mucho el Haiku, que son cinco sílabas, siete sílabas, cinco sílabas. ¡Es un límite! Como el soneto, 4-4, 3-3. Así que en Twitter vi una frontera que podía convertirse en arte. Los jóvenes leen muy poco, estamos en una sociedad de imagen, y la literatura actual está ahí, en internet, y además es gratis. Quería hacer una literatura corta, concentrada. Poesía, filosofía, psicología, ideas… se mezclaron para crear un arte actual. La literatura del siglo XXI va a ser un tuit. Hace 4 o 5 años empecé a dedicarme a eso. Al principio tenía 20 seguidores, ahora tengo más de un millón. Claro que también tuve que tumbar muchas ideas preconcebidas, como que a un viejo no se le va a leer en Twitter. Lo primero que hice, nada más abrir mi cuenta, fue poner mi edad: "Acéptenme, yo soy así, no tengo por qué ocultarme".
Actualizo Twitter de forma paciente y perseverante. A la una del mediodía, a diario, me siento, un rato que me dejan tranquilo, y escribo mis tuits. Tardo una hora en escribirlos y luego los lanzo y voy leyendo las respuestas, así que en total gasto dos horas. Me gusta que sea gratis. Lo regalo. Tenía poemas que me había llevado años escribirlos y de pronto pensé, "¿y si los diera…?". ¿Quién compra la poesía? Yo prefiero darla, que me la 'roben' y que la lean un millón de personas. Todos los días pongo seis poemitas. Que lo se lo lleven, que lo utilicen, qué importa. La cuestión es comunicar, es darse el placer.
Twitter es otra literatura. Nadie te va a dar un premio, no va a haber academias… pero en eso estoy. Me encanta, porque es un arte gratuito, libre. Yo pienso que lo que das, te lo das. Lo que no das te lo quitas. Pasé muchos años guardando poemas, hasta que comprendí que haciendo eso me los quitaba. Los empecé a dar y ¡qué alegría! Veo que me siguen, que me copian. Y si lo copian es porque es bueno. A veces me piden permiso y les digo: "No me pidas permiso". O "permíteme que te robe", y yo digo, "no me estás robando lo que te doy". Es muy bonito. Me encanta.
G: ¿Alguna vez tu cerebro descansa?
A.J.: Siempre llevo una libretita para apuntar cosas. Descanso, sí, pero no es que yo cree ideas: las recibo. Anoche, por ejemplo, estuve recibiendo el nuevo cómic que voy a hacer con un gran dibujante francés, de una serie que tengo. Me llega. Me quedo quieto, dormido, y aparecen las ideas.
Cuando estaba en la universidad tenía dos caminos: o la inteligencia o la imaginación. La inteligencia no me llamó tanto, así que me quedé con la imaginación. Dije, "voy a desarrollar mi imaginación, que es lo que tengo". Y en eso me puse. Otras personas desarrollan el intelecto. A mí me encanta conversar con intelectuales, es como un juego. Pero yo viajo en otras dimensiones.
G: ¿Y cómo se desarrolla la creatividad hoy, en un mundo como el nuestro?
A.J.: Con ejercicios. Por ejemplo, tú puedes desarrollar tu inteligencia en media hora. ¿Sabes cómo? Te lo digo rápido. Cuando cierras los ojos está oscuro, te sientes como en una celda. Entonces, viendo el negro, debes decirte, "esto no es un muro, es un espacio infinito". Y te imaginas como ese espacio infinito se extiende, y se extiende, y se extiende. Hacia el horizonte, y después lo agrandas hacia los lados, hacia atrás. Como una esfera que se abre. Así tu cerebro se abre y te da más posibilidades de pensar, superas el límite. No importa que vivas en metros cuadrados, en 25 metros cuadrados, en 70 metros cuadrados… Mientras que el papa está en un palacio gigantesco, tú tienes un espacio chiquitito. Vivimos como en ataúdes, no dejes que el cerebro imite eso.
G: Has hecho de todo, ¿qué te queda?
A.J.: Nada. Vivo como si me fuera a morir mañana. Lo que quiero hacer es lo que estoy haciendo: nada. Ya no hay finalidad, lo hago por el placer de crear, por amor al arte. Verás, primero está el amor a la madre, después el amor a ti, a los padres, a la familia, a la sociedad, al país, a la humanidad, a todos los animales, a todos los vegetales, a los minerales… Al cosmos, al universo, ¡a Dios! Y, después, descubres el amor a la obra. Si hay un Dios, este sería alcanzar el amor a su obra.
G: ¿Y qué es el amor?
A.J.: Es la unión con todo. La unidad. Descubrir la unidad, saber que estás unido a todo.
G: ¿Existe el amor sin interés, sin el propio beneficio?
A.J.: Sí, claro. ¿Hablas de amor humano?
G: Sí.
A.J.: Yo pasé por tres matrimonios y muchas amantes. Viví peleas que eran como la Guerra de Vietnam. No fue hasta más o menos los 72 años cuando encontré a una mujer, mucho más joven que yo, que era justo lo que yo necesitaba. Había escrito sobre este amor en todas mis obras, como un ideal. Y al fin encontré a una persona con la que podía realizarlo. Ella había tenido padres que la amaban, no como yo, y por eso sabía amar. Si no sabemos amar es porque nuestros padres no han sabido amarnos… Solo cuando ha habido gente que nos haya amado bien, somos capaces de amar.
G: La relación que tienes con tus hijos es muy buena, los tres actúan en la película. Brontis interpreta a tu padre.
A.J.: Sí. Aunque cometí errores, porque yo fui un neurótico hasta los 40 o 50 años.
G: Pero con un referente paterno tan autoritario como el que tú tuviste, cómo se enfrenta uno a su propia paternidad.
A.J.: No sabía lo que era la paternidad. Fueron las mujeres las que quisieron tenerlos. Yo estaba en contra del aborto, así que dije, "tenlos", y era un regalo maravilloso, pero no sabía cómo ser padre. Así que pensé, "tengo una inteligencia, no soy un buen padre, pero sé cómo ser un buen padre, voy a imitar a un buen padre". ¿Qué haría un buen padre en este caso? Empecé a pensar e imitar. ¿Le golpearía? No, un buen padre no haría eso, y me fui educando para ser mejor. E imitando, lo fui.
G: Tu cine siempre es trasgresor. En el arte, ¿la trasgresión es un medio o un fin?
A.J.: No, el verdadero arte siempre es trasgresor porque es un movimiento que hace avanzar la historia. Si eres artista tienes que encontrar tu voz, y tu voz es lo diferente. El arte siempre es trasgresor porque propone algo nuevo.
G: Bueno, no todo el arte es trasgresor… O depende de lo que se considere arte.
A.J.: Si no es trasgresor no es arte. Sería algo anticuado, que utiliza lo que ya se ha hecho. Un arte aprovechado. El verdadero arte debe buscar una nueva expresión. La gente piensa y tiene una revelación, "esto se puede hacer así", y lo pone en práctica.
G: Nunca has dejado que tu obra sea mutilada, cohibida o censurada.
A.J.: No me gusta. Por ejemplo, con esta película he prohibido que se doble. En EEUU ha salido con subtítulos. No me importa perder dinero. Aún así la gente ha ido a verla.
G: ¿Has perdido muchas oportunidades por esa determinación?
A.J.: Claro. En Chile, que es el país que más debería haber protegido a la película, la pusieron para mayores de 18 años. Ha pasado porque allí hay muchos curas, y está el Opus Dei. Donde hay cura, hay pecado. "¿Para 18 años? Pero qué están haciendo", pensé. Del papel de Sara pensaban"es una puta, está mostrándose, está orinando" [en la película el personaje que representa a la madre de Jodorowsky orina sobre el padre]. Bueno… pero la gente va a verla.
Cada país tiene sus propias manías, su propia censura. En Inglaterra, cuando hice 'El topo', el protagonista se limpiaba las manos ensangrentadas sobe el pecho de una mujer. Me dijeron, "esto no podemos publicarlo en Inglaterra, hay muchos sádicos". Pero no querían que la gente supiese que había habido un corte y me encargaron a mí la edición. Pensé en la venus de Milo, tiene los brazos cortados, pero es arte. A veces hay que transigir en algo. A veces.
G: La psicomagia [el método terapéutico creado por Jodorowsky] se mezcla el psicoanálisis, la filosofía, la genealogía y el chamanismo, con una parte muy importante de pantomima, de teatro, de representación. ¿Curación o sugestión?
A.J.: Bueno, la sugestión, el efecto placebo, se utiliza en todo el mundo.Unos médicos representaron una operación de rodilla y el enfermo se curó. El placebo es parte de la curación. No hay limitación. Si la gente cree, se cura, si no cree, no se curará. Pero el trabajo que yo hago es hacer a la gente realizar actos. La palabra no cura. La palabra mantiene en vida, pero no te cura. Si, por ejemplo, descubres que tienes un Edipo y quieres acostarte con tu mamá, el psicoanalista te dirá, sublima. Pero no puedes sublimar algo que tienes ahí: ¡me quiero acostar con mi mamá! Lo que yo te digo es: "acuéstate con tu mamá, fuera la moral". Pero de manera metafórica, porque el subconsciente acepta la metáfora. Toma una foto de tu madre, haz una máscara con ella y viste a tu amante con la ropa de tu madre. Cuando te cuestes con ella, en el momento de eyacular, grita el nombre de tu mamá. Lo realizas, metafóricamente, y te curas.
G: Tu padre fue muy duro contigo. ¿Crees que somos más exigentes con quienes más queremos?
A.J.: Eso es mentira. Eso lo dice quien no conoce el amor. El amor no es lo que te están contando desde hace siglos. Shakespeare no conoció el amor. Poca gente ha llegado al verdadero amor; al amor divino. En el budismo existe el concepto del yin y el yang, que se complementan e integran, pero poca gente lo conoce de verdad. No se puede pedir al yin que sea duro con el yang. Eso no existe.
G: ¿Y cómo puedes recuperarte de un maltrato?
A.J.: Un gato maltratado es siempre feroz. Si trabajas sobre ti, llega un momento en el que eres capaz. Haciendo el esfuerzo, claro. A veces me entra una rabia absoluta y me empiezo a pelear con Pascal [Montandon, su esposa]. La veo enfadada, la miro y noto cómo me gusta. Al final acabo riendo y caigo en éxtasis porque me gusta su voz, me gusta cómo se mueve, cómo piensa… Se me va la rabia.
En el amor no existe la competencia. Es realmente una comprensión absoluta. No se duda. No eres celoso porque sabes que no te van a engañar. Cuando lo logras, amar de esa forma es una maravilla. A mí me costó toda una vida alcanzarlo. Pero llegué, y lo vi.
Bailando al ritmo de la realidad
'La danza de la realidad' recorre la infancia de Alejandrito Jodorowsky.Un niño en lugar extraño. Fuera de sitio. Desubicado. Con un padre autoritario y agresivo que idealiza la figura de Stalin, y una madre (que habla con tesitura de soprano) demasiado preocupa por sus propios traumas y temores, Jodorowsky debe descubrir la vida por sí mismo. Todo en un minúsculo espacio físico, el de su calle y la plaza de al lado, un universo pueril que pronto se quedará demasiado pequeño para un niño aleccionado a base de zarpa y falsa convicción.
Con el personal estilo de Alejandro Jodorowsky, 'La danza de la realidad' (basada en su autobiografía publicada por la editorial Siruela) es un hipnótico laberinto de emociones que lo fue y no debió haber sido, y lo que no fue y, sin embargo, pudo ser.
Fuente: Gonzoo
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