Michel Onfray -un filósofo francés que se identifica con el Yo individual- dice en su “Tratado de ateología”:
“Mortales, limitados, padeciendo sus obligaciones, los humanos, obsesionados por la completez, inventan una potencia dotada exactamente de sus cualidades opuestas: con sus defectos volteados como los dedos de un guante, fabrican cualidades ante las cuales se arrodillan y luego se prosternan. ¿Soy mortal? Dios es inmortal. ¿Soy finito? Dios es infinito. ¿Soy limitado? Dios es ilimitado. ¿No lo sé todo? Dios es omnisciente. ¿No lo puedo todo? Dios es omnipotente. ¿No soy ubicuo? Dios es omnipresente. ¿He sido creado? Dios es increado. ¿Soy débil? Dios es todopoderoso. ¿Estoy en la Tierra? Dios está en el cielo. ¿Soy imperfecto? Dios es perfecto. ¿No soy nada? Dios es todo. Etcétera”.
Podemos, como Yo colectivo, contestarle:
“Yo soy inmortal, porque la muerte es sólo un concepto. Nada desaparece, todo cambia. Si acepto mis incesantes transformaciones, entro en la eternidad. Yo soy infinito porque mi cuerpo, parte integrante del universo, no termina en mi piel: se extiende sin límites. Yo lo sé todo porque no sólo soy mi intelecto sino también mi inconsciente, formado por la energía oscura que sostiene a los mundos, no sólo soy las diez células cerebrales que empleo cotidianamente, sino también los millones de neuronas que forman mi cerebro. Soy omnipotente cuando ceso de encerrarme como individuo y me identifico con la humanidad entera. Soy omnipresente porque, junto con los otros seres, formo parte de la unidad: lo que sucede, aunque sea en el lugar más lejano, me sucede. Soy increado porque antes de ser un organismo fui materia ígnea, antimateria, energía, vacuidad. Mi carne está formada por residuos de estrellas que tienen millones de años. Estoy en el cielo porque mi planeta es un navío que recorre un universo que a su vez recorre incontables otras dimensiones. Soy perfecto porque he domado mis egos haciendo que se unan a la perfección del cosmos. Yo soy todo porque soy al mismo tiempo yo y los otros”.
El primer paso que debemos dar para ampliar nuestra mirada hasta más allá de todos los horizontes es imaginar a un Dios interior, reinando en el centro de nuestro inconsciente. Dado que cada día inventamos nuestra realidad, así también podemos inventar nuestra divinidad. Si concebimos al Dios interior, todo lo que cae en nuestras manos, todo lo que escuchamos, vemos, experimentamos, puede convertirse en símbolo y objeto de sabiduría.
Fuente (Texto): Plano Sin Fin
Imagen de archivo: Manny Jaef
∼✻∼
Montaje de Imagen: Manny Jaef
@alejodorowsky en Twitter
No hay comentarios:
Publicar un comentario