lunes, 27 de enero de 2014

EL CIRCO CÓSMICO

La comicidad verdadera permite muchos niveles de interpretación. Se comienza por la risa y después se llega a la comprensión de la belleza, que es el resplandor de la impensable Verdad. Todos los textos sagrados son cómicos en su primer nivel. Después los sacerdotes, que carecen por completo de sentido del humor, borran la risa de Dios. En el Génesis, cuando Adán, creyéndose culpable por haber desobedecido, se esconde al sentir «los pasos de Jehová» estamos ante algo jocoso. Dios no tiene pies, es una energía inconmensurable. Si crea el ruido de pasos, no podemos dejar de imaginarnos que sus zapatos son de payaso. «¿Donde estás?», clama haciéndose el que busca. Si Dios lo sabe todo, ¿cómo puede preguntarte a un pequeño ser humano dónde esta? Esta broma se transforma en lección iniciática cuando el «¡Dónde está?» se interpreta como: ¿Dónde estás dentro de ti?

Yo, por no estar en ninguna parte, por no tener patria, no existo como ser humano. Soy un payaso. Un ser imaginario que vive en un universo onírico, el circo. Sin embargo, los sueños son reales como símbolos. El espectáculo se desarrolla en una pista circular, un mandala, una representación del mundo, del universo. La misa puerta es a la vez entrada y salida. Eso quiere decir que la meta es el origen... Sales de la nada, llegas a la nada.
Cuando vemos trabajar en la pista hermosos caballos, elefantes, perros, pájaros y toda clase de fieras, comprendemos que la conciencia puede domar nuestra animalidad, no reprimiéndola, sino dándole oportunidad de realizar tareas sublimes. La bestia, al saltar a través de un aro en llamas, vence el temor a la perfección divina y se sumerge en ella. La fuerza del elefante se pone al servicio de la construcción. Los felinos aprenden a colaborar. El lanzador de cuchillos nos enseña que sus hojas metálicas, símbolos del verbo, son capaces de circundar a la mujer atada en el blanco, símbolo del alma, sin herirla. Las palabras son dominadas para eliminar de ellas la agresividad y ponerlas al servicio del espíritu: la finalidad del lenguaje es mostrar el valor del alma, valor que es entrega absoluta. El tragador de sables nos muestra en qué manera total, sin ofrecer ningún obstáculo, se acata la voluntad divina. La menor oposición causa heridas mortales. La obediencia y la entrega son la base de la fe. El hombre que escupe llamas simboliza a la poesía, lenguaje iluminado que viene a incendiar al mundo... Los contorsionistas nos enseñan cómo liberarnos de nuestras formas mentales anquilosadas: no se debe aspirar a nada permanente. Hay que construir con valentía en la impermanencia, en el cambio continuo. Los trapecistas nos invitan a elevarnos de nuestras necesidades, deseos y emociones para conocer el éxtasis de las ideas puras. Ellos evolucionan hacia lo celestial, es decir la mente sublime. Los prestidigitadores nos dicen que la vida es una maravilla: no hacemos los milagros, aprendemos a verlos. Los equilibristas muestran cuán peligrosa es la distracción: lograr el equilibrio significa estar por completo en el presente. En fin, los malabaristas nos enseñan a respetar los objetos, conocerlos profundamente, ubicando el interés en ellos y no en nosotros mismos. Es la armonía en la existencia. Gracias a nuestro afecto y dedicación, aquello al parecer inanimado, nos puede obedecer y enriquecer.

Alejandro Jodoorowsky


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