Todo individuo es el producto de dos fuerzas: la fuerza imitadora –dirigida por el grupo familiar, actuando desde el pasado– y la fuerza creadora –manejada por la Conciencia universal desde el futuro–. Cuando los padres limitan a sus hijos obligándolos a someterse a planes, a consignas («serás esto o aquello», «te parecerás a Tal», «nos obedecerás y propagarás nuestras ideas y creencias»), desobedecen los proyectos evolutivos del futuro, sumiendo a la familia en toda clase de enfermedades físicas y mentales. La Conciencia, desde los primeros instantes de su individuación en el feto, padece este conflicto entre crear o imitar. Cuando el niño, al nacer, presenta pocos trazos psicológicos calcados de sus progenitores, podemos pensar que es la Conciencia quien fue capaz de vencer la influencia de los modelos que deseaban embutirle las generaciones precedentes de la familia. Si por el contrario el niño se convierte en la copia de sus padres o abuelos, la Conciencia fue derrotada. Las almas creadoras son escasas, las almas imitadoras forman legiones. Las primeras deben aprender a comunicar y sembrar sus valores, las segundas deben liberarse de sus moldes y aprender a crear, es decir, a llegar a ser ellas mismas y no lo que la familia, la sociedad y la cultura quieren que sean.
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Fragmento de “Metagenealogía”, Alejandro Jodorowsky y Marianne Costa (ed. Siruela)
Montaje de Imagen: Manny Jaef
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