Desde los astros más lejanos hasta el eje de tus huesos te bendigo. Si me abres tu corazón, ahí escucharás resonar mi voz, un canto semejante al murmullo de un cauce profundo. Soy yo quien te preserva de los ojos que dan mal, quien elimina de tus sueños el resplandor de la locura, quien cede tu rencor al silencio, crea un puente entre el fulgor y la ceguera, da al terror animal una coraza de nubes, equilibra los intercambios entre aura y el mundo, abre ojos en el muro de acero, transforma tus soledades en jardines, tus escollos en alhajas, el bisturí que separa en cuerda que reúne, la herida de la espalda en nido para el ave, los alfanjes que muerden en arado que fecundan, los peldaños infinitos en estallidos simultáneos, el tesoro sepultado en águila de fuego. Para ti solicito compasión a la hoguera que se gesta en el ombligo del agua, sumerjo cada una de tus células en la tenaz esperanza de la savia, le doy a tu tiempo dos alas brutales y a tu espacio una serena geometría, hago aflorar la belleza que dormita en la esmeralda de tu esencia, segundo tras segundo susurro en tus oídos quiere, osa, puede y calla.
Bajo mi protección logras mezclar el canto del ancestro con el silencio del hijo que no tiene sombra, convertir el río estancado en un cometa que danza, armonizar la frivolidad del arco iris con la entrega de la presa en las garras de la fiera, la ira de la perla encerrada en el nácar con el goce del árbol gestando ruiseñores, sublimar la podredumbre de la fosa para que de ella surja el muerto como una semilla invisible, conciliar la luna con el dedo que la indica, adaptar el torrente de la sangre a la paz del monje convertido en montaña. Creada sólo para ti, no tengo otra misión. Si tú desapareces, yo me esfumo. Cuando tu plazo llega a su término te lo anuncio con sutiles signos para que pongas las cosas en orden, te liberes de lo superfluo y te aísles tratando de ofrendar a la impensable vacuidad una consciencia pura. No te inquietes, llegado aquel momento ayudaré a tu razón a disolverse en ese abismo de unidad que es pura maravilla. Lo último que has de ver con tus ojos unidos a los míos será el resplandor glorioso de tu íntimo ser. Conozco la inconmensurable vejez del universo y la diferente potencia del ojo divino. Conozco la superficie voraz de esa esfera que revienta en el implacable vacío. Conozco el lamento de los astros clamando por su padre, huracán de abandono donde navegan extraviados luceros, derrumbe de mundos que nadie mira. Conozco todo aquello porque soy yo el testigo: Esa colosal catástrofe de vida y muerte fue cuna. Ahí, en el delirio celeste, aunque efímero quedarás grabado para siempre: eres el pequeño pez que vino a dar sentido al océano. Es cierto, absoluto e inmutable: la soledad no existe, nadie muere abandonado. Fuiste algo antes de venir, serás algo después de irte. Nada te fue dado que no fuera para todos.
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“Yo, el Tarot” de Alejandro Jodorowsky
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