jueves, 23 de julio de 2015

El Perverso Narcisista Y La Agresión Materna (Tercera Parte)


Para mantenerse a flote, el perverso necesita hundir al otro. Para ello, lo desestabiliza mediante leves toques que, a menudo, tienen lugar en presencia de terceros y describen asuntos anodinos —o íntimos—, pero con exageración y, a veces, con el apoyo de un aliado que forma parte del grupo.
Es muy importante incomodar al otro. El agredido percibe la hostilidad, pero no está seguro de si la cosa va en serio o en broma. Parece como si el perverso quisiera hacer rabiar, pero, en realidad, se centra en los puntos débiles: una «nariz grande», una «mujer plana», una dificultad de expresión, etc.
La agresión se lleva a cabo sin hacer ruido, mediante alusiones e insinuaciones, sin que podamos decir en qué momento ha comenzado ni tampoco si se trata realmente de una agresión. El agresor no se compromete. A menudo, le da incluso la vuelta a la situación señalando los deseos agresivos de su víctima: «¡Si piensas que te agredo, es que tú misma eres agresiva!».

En estas agresiones verbales, en estas burlas y en este cinismo hay también una parte de juego: se trata del placer de la polémica y de obligar al otro a defenderse. Al perverso narcisista, ya lo hemos dicho, le gusta la controversia. Es capaz de sostener un día un punto de vista y al día siguiente todo lo contrario, con tal de reanudar la discusión o de sorprender deliberadamente. Si el interlocutor no reacciona como se espera, basta con aumentar un poco la provocación. La persona que padece este tipo de violencia no reacciona porque tiene tendencia a excusar a su agresor, pero también porque la violencia se instala de una manera insidiosa. Si esta actitud violenta apareciera de repente, suscitaría indefectiblemente la ira, pero su establecimiento progresivo anula cualquier tipo de reacción. La víctima sólo toma conciencia de la agresividad del mensaje cuando éste se ha convertido en una costumbre.
Por lo tanto, el discurso del perverso narcisista encuentra una audiencia a la que llega a seducir y que es insensible a la humillación que padece la víctima. A menudo, el agresor solicita con su mirada la participación —voluntaria o no— de los presentes en su empresa de derribo.
En suma, para desestabilizar al otro, basta con:

—burlarse de sus convicciones, de sus ideas políticas y de sus gustos;
—dejar de dirigirle la palabra;
—ridiculizarlo en público;
—ofenderlo delante de los demás;
—privarlo de cualquier posibilidad de expresarse;
—hacer guasa con sus puntos débiles;
—hacer alusiones desagradables, sin llegar a aclararlas nunca;
—poner en tela de juicio sus capacidades de juicio y de decisión.

En una agresión perversa, advertimos un intento de desquiciar a una persona y de hacerla dudar de sus propios pensamientos y afectos. La víctima pierde la noción de su propia identidad. No puede pensar ni comprender. El objetivo es negar su persona y paralizarla para que no pueda surgir un conflicto. Se la tiene que poder atacar sin perderla. Debe permanecer a disposición del perverso.
Una doble coacción lo permite: en el nivel verbal se dice una cosa, y en el nivel no verbal se expresa lo contrario. El discurso paradójico se compone de un mensaje explícito y de un mensaje sobreentendido. El agresor niega la existencia del segundo. Ésta es una manera muy eficaz de desestabilizar al otro.
Una de las formas del mensaje paradójico se basa en sembrar la duda sobre algún hecho más o menos anodino de la vida cotidiana. La víctima termina desquiciada y ya no sabe quién está en lo cierto y quién no. Basta con afirmar, por ejemplo, que uno está de acuerdo con una propuesta del otro, mientras, con gestos y ademanes, demuestra que el acuerdo sólo es aparente.
Se puede decir algo e, inmediatamente, rectificar. Queda un rastro de duda: «¿Ha querido decir lo que decía, o lo estoy interpretando todo al revés?». Si la víctima intenta aclarar sus dudas, acaban calificándola de paranoica y acusándola de que todo lo entiende al revés.

También se produce una situación paradójica cuando se le hace notar al otro la tensión y la hostilidad, pero sin que se diga nada en su contra. En este caso, se trata de agresiones indirectas en las que el perverso la toma con objetos. Puede dar portazos, o tirar cosas, y negar luego la agresión.
El discurso paradójico sume al otro en la perplejidad. Al no estar seguro de lo que siente, tiende a caricaturizar su actitud o a justificarse.
Los mensajes paradójicos no son fáciles de identificar. Su objetivo consiste en sumir al otro en la confusión para desestabilizarlo. De este modo, el agresor mantiene el control de la situación y enreda a su víctima con sentimientos contradictorios. La mantiene en falso y se asegura la posibilidad de hacerla caer en un error. La finalidad de todo ello, como hemos visto, es la de recuperar una posición dominante, y pasa por controlar los sentimientos y los comportamientos del otro, y por procurar incluso que éste termine por aprobarlo todo, al tiempo que se descalifica a sí mismo.

Al bloquear la comunicación mediante mensajes paradójicos, el perverso narcisista consigue que su víctima no entienda su propia situación y logra impedir que ésta pueda proporcionar respuestas adecuadas. La víctima se agota buscando soluciones, las cuales son de todas formas inadecuadas y, sea cual fuere su resistencia, es incapaz de evitar la emergencia de la angustia o de la depresión.

- La descalificación consiste en privar a alguien de todas sus cualidades. Hay que decirle y repetirle que no vale nada hasta que se lo crea.
Al principio, ya lo hemos visto, esto se hace de un modo soterrado, en el registro de la comunicación no verbal: miradas despreciativas, suspiros exagerados, insinuaciones, alusiones desestabilizadoras o malévolas, observaciones desagradables, críticas indirectas que se ocultan detrás de una broma, y burlas.
Tanto si la frase «Eres un desastre» se expresa directamente como si se sobreentiende, la víctima la integra como «Soy un desastre»; es más, la víctima termina por convertirse en un verdadero desastre. No llega nunca a criticar la frase en cuanto tal. Y se vuelve un desastre porque su agresor ha decretado que lo era.
La descalificación a través de la paradoja, la mentira y otros procedimientos se extiende desde la víctima elegida hasta su círculo de relaciones, que incluye a su familia, sus amigos y sus conocidos: «¡Sólo conoce a idiotas!».
El perverso destina todas estas estrategias a hundir al otro y, con ello, se revaloriza a sí mismo.

Continuará...

Fuente de Información: El acoso moral, el maltrato psicológico

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