miércoles, 15 de octubre de 2014

La felicidad Es Ausencia De Miedo

“Ni disolver ni coagular, simplemente dejarte ir como un zapato flotando en el río”.

Este verso de Alejandro Jodorowsky es una magnífica definición del devenir. Todo fluye sin desgaste. Sin pérdida ni encuentro. Una erupción eterna que no baila ni consigo ni contra sí. Sin fin ni finalidad. Como aquellos poetas cuyo lema fue “el arte por el arte”, el universo puede decir “La vida por la vida”. Una vida que no tiene otro sentido que el de ser vivida. Aprende tu medida y sigue la enseñanza que regala esta advertencia persa “planta un olivo aunque ya seas anciano y nunca vayas a comer de sus frutos, porque tu tarea es vivir”.

Pero como parece que con vivir no nos basta, estamos llamados a encontrar una fórmula que haga posible nuestra felicidad.

El día a día, lo cotidiano, nos revela las notas esenciales de la realidad: efímera y frágil. Por ello, lo primero que debemos hacer es ajustarnos a ellas. Dicho ajuste será la primera puerta a la felicidad. La segunda, que depende de haber traspasado la primera, es volvernos hacia el presente. Enfocar nuestra atención hacia el momento, que no es otra cosa que ser artesano del instante. Esto nos evitará naufragar por el tiempo llenándonos de nostalgia al recordar el pasado y paralizándonos de miedo al imaginar el futuro. Pero, para evitar cualquier equívoco, con atender al presente no me refiero a olvidar -la memoria es el único punto fijo durante la caída- o no ser capaz de prevenir. La clave está en el concepto naufragar, que, por lo menos esta es mi intención, está vinculado a la imaginación y no a la reflexión. Y es que pensar no es imaginar. Nada hay más venenoso que dejar en manos de la imaginación el pasado o, a través de ella, adelantar lo que vendrá.

El siguiente cuento judío, ilustra bien lo que quiero decir:

“Entre el pueblo judío, había un sabio que gozaba de ser el hombre más feliz de entre todos. Un día, le invitaron a comer. El sabio aceptó la invitación y se presentó en el lugar y la hora acordada. Una compañía abundante y una mesa repleta de manjares le estaban esperando. El sabio llegó, se sentó, comió en silencio, charló un poco y se levantó para irse. Cuando estaba en el umbral de la puerta, uno de los invitados le preguntó ¿Cuál el secreto de tu felicidad? A lo que el rabino contestó “cuando me siento, me siento; cuando como, como; cuando charlo, charlo; cuando me levanto, me levanto; y cuando me voy, me voy”. Los presentes, extrañados por la respuesta, le contestaron que entonces hacía lo mismo que ellos y que nada les diferenciaba. A esta afirmación, el sabio, respondió “no, cuando vosotros os sentáis ya estáis pensando en comer; cuando estáis comiendo, en hablar; cuando os levantáis, en iros y cuando os estáis yendo, en el lugar a donde vais. Concentrarse en el presente, en lo que uno está haciendo aquí y ahora, es una de llaves de la felicidad”.

Vivir en armonía con las notas principales de la vida, frágil y efímera, nos permite deshacernos del temor. Y es que su ausencia trae bajo el brazo la felicidad que nos es permitida. La capacidad de poder vivir sin miedo es lo único que nos diferencia del resto de animales. 

En este texto se habla de una aceptación y, sobre todo, de recuperar la medida olvidada. Parece que nuestra cultura es el gran mecanismo de olvido. Un fármaco perfecto para alejarnos de ella y volvernos capaces de extender nuestro miedo, y de recibirlo, hasta el infinito. Los medios de comunicación hacen muy bien su parte.

Pero la ausencia de miedo debe ser habitada. Sobre el qué y el cómo hablaré en otra ocasión. Simplemente señalar, que no hay fórmulas únicas. Cada uno debe tener la valentía de encontrar las suyas. Nadie puede pensar por nosotros, las reflexiones de los otros sólo son caminos posibles y, sobre todo, eficaces manuales de búsqueda. Pero las respuestas encontradas son personales e intransferibles. Trajes hechos a la medida de una vida única e irrepetible. 

Por Gonzalo Muñoz Barallobre
Imagen: John Parker by Usartdude


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