-¡Socorro! ¡Me han emparedado vivo!
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El intelectual limitado desarrolla cuatro grandes temores: Antes que nada, al espacio. El infinito se le hace intolerable. Por miedo a lo informe, diseña arquitecturas rectilíneas y se sumerge en cuartos que son cubos.
Teme también al tiempo. Llena su vida de distracciones para olvidar la brevedad de su paso por el mundo. Si el aquí es un cubo, el ahora es un producto de relojes: le parece que ha dominado la eternidad por llevarla en la muñeca, encerrada en una máquina.
Teme a la consciencia. Se contenta con hacer uso de diez células cerebrales, sin querer investigar en las incontables otras que no cesan de efectuar conexiones misteriosas en su cerebro. Con orgullo, permanece en su jaula de palabras; se entrega al absurdo consumista, transformando su angustia en infantilidad.
Teme a la vida. Detesta el cambio y se aferra a sus valores anquilosados, exhibe sus sufrimientos con orgullo vanidoso, trata de «extravagantes», «locos peligrosos» o «engendros diabólicos» a quienes, desdeñando lo político, abogan por lo poético; critica con furor a «esos idealistas» que rechazando los revoluciones abogan por una mutación mental.
Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Artículo tomado del blog de Lina Muses
Imagen: Alezander Daniloff
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