Basándome en una hipótesis de trabajo esencialmente terapéutica («Verdad es lo que es útil en un momento dado, en un lugar dado y para un ser dado»), me dije: «Mejor que pensar que el universo existe por azar, es afirmar que tiene como finalidad crear Conciencia».
Si bien desde Freud se acepta la existencia de una zona mental no consciente (o sea no percibida por la conciencia de la vigilia), inadecuadamente llamada «Inconsciente» y a la que se atribuye la sede de las pulsiones primitivas, los traumas y los recuerdos tanto personales como colectivos (es decir, la presencia constante del pasado), no se tienen en cuenta los proyectos del futuro (anidados en la materia desde antes de la aparición de la vida) por considerar que el universo se desarrolla sin ninguna finalidad consciente.
El espíritu humano aspira ante todo a dos cosas: al conocimiento y a la inmortalidad. El Inconsciente, entonces, debería concebirse compuesto de dos zonas: aquella que es producto de las experiencias del pasado –incluyendo en ella nuestros vestigios animales, y a la que se podría seguir llamando «Inconsciente» –y esa otra que encierra en potencia las posibilidades de mutación tendientes a desarrollar seres con Conciencia cósmica –para nada compuesta por experiencias pasadas sino por posibilidades futuras, a las que se capta en estados poéticos y proféticos, que podría recibir el nombre de «Supraconsciente».
Evolucionamos sobre un planeta que participa en una danza cósmica donde todo va surgiendo, desapareciendo, transformándose.
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Montaje de Imagen: Manny Jaef
@alejodorowsky en Twitter
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