martes, 9 de junio de 2015

Reír Para No llorar Y Otros Disfraces

“Soportas el sufrimiento y la desesperanza porque eres capaz de reír mientras lloras”.
— Alejandro Jodorowsky 

Sólo hay una cosa en el mundo que pueda dormir bien: un cadáver. Eso es humor negro, claro, que fue el que les gustaba a los surrealistas. Pero hay otras muchas clases: de todas ellas se ha hablado en La Risa de Bilbao (Bilboko Barrea), ese bendito festival artístico y literario que se ha inventado Juan Bas y que, a pesar de su juventud (o quizás por ello), hace gala de un poder de convocatoria que permite reunir cada año a notables representantes de un género particularmente proteico y refractario a la definición. Allí, en esa ciudad hoy tan ajena a su antigua imagen de adusta y oxidada (Blas de Otero), se ha hablado de todos los tipos de humor: desde el que se practica como escudo, es decir, como consuelo y protección frente a los males del mundo, hasta el que se blande como espada (ironía, sátira, sarcasmo) y subraya la contingencia de todo poder terrenal y la mentira de los dioses. Quizás nunca llegue a producirse el saludable e incruento apocalipsis que profetizaba a los poderosos aquella rabelesiana pintada de los situacionistas italianos -una risata vi seppellirà (una risotada os enterrará)-, pero lo cierto es que el humor también puede hacer daño. Su subversión, como la del viejo topo, suele ser la de desgaste: nunca me creí que Franco o Stalin se partieran de la risa con los chistes que sus oprimidos se contaban en voz baja, porque imagino que los que se los referían tendrían buen cuidado de censurar los más salvajes (a veces se mata al mensajero). En La Risa de Bilbao, y entre dibujos del incombustible Ibáñez y del llorado Eguillor, se ha hablado sobre el humor y sobre su ausencia (que a veces también resulta risible), de sus estrategias para vencer a la muerte, de la distancia entre la carcajada y la sonrisa, de lo inhumano del no reírse (y, por tanto, de la paradoja de que Cristo, el Dios hecho hombre, no se ría nunca), de sus técnicas (lo mecánico incrustado en lo viviente, como suponía Bergson) y de los procedimientos que emplea para manifestar la (efímera) afirmación del principio del placer sobre el de realidad. Y, desde luego, también se habló de sus límites: de cómo a veces es demasiado pronto o demasiado tarde para reírse, o del modo en que se cercena y se edulcora el humor en nuestra época de comisarios políticamente correctos y de mullahs ideológicos de variada confesión y método. Para los que no pueden hacer otra cosa, reírse (de todo) es un arma de combate. Y, además, riendo también se enseñan los dientes.

Recientemente Fernando Arrabal ha alcanzado una etapa de rituales de la recuperación donde coexisten el perdón y la paz interior. En una de las muchas entrevistas que le hicieron confiesa: “Yo soy anarquista como Jesús”. Tapar el dolor con la risa, hacer reír cuando uno tiene ganas de llorar.


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Imagen: Ilustración de Max
Montaje de Imagen: Manny Jaef
@lejodorowsky en Twitter

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