Ada o el ardor es eso que pasa cuando alguien como Vladimir Nabokov lleva hasta las últimas consecuencias algo como “el estilo es el tema”, su mantra por antonomasia. Que el ruso trató de marcarse el libro más vacilón de su vida (para con lectores y competidores) se ve al poco de empezar, cuando se nos dice que esta historia de amores de juventud está siendo narrada desde las mecedoras por los propios protagonistas, Ada y Van, ochenta años después, ancianérrimos perdidos y felizmente cogidos de la mano. Esta novela va de amar las palabras y los cuadros que Nabokov pinta con ellas.
Dos hermanos que creían ser primos se enamoran. Fin de la sinopsis. Mucho antes de mi interés por Nabokov, supe de este libro gracias a Enrique Vila-Matas y una hermosa columna en El País titulada Del amor en la que dice: “¿Y es cierto que solo nos atraen las historias de amor infelices? A esto puedo responder que se trata de un tópico que desmontan novelas como Ada o el ardor, de Nabokov, donde sin cesar los enamorados son inteligentes y, encima, desenfrenadamente felices, y nosotros leemos la historia con notable entusiasmo. ¿O no?”
De lo que no hablaba el catalán es del buen número de vaginas ajenas que Van llega a catar en las tres ocasiones (de años de duración) en las que los hermanos se distancian. Y lo mismo sucede, quizás en menor proporción, con Ada (ese quizás es importante, Nabokov gusta de no contarlo todo, como ocurre con la cornamenta que le ponen sin saberlo al protagonista de Desesperación y que nunca es mencionada en todo el libro de forma explícita para regocijo-suspense del lector atento). Por lo demás, sí, una historia que se lee con entusiasmo, pero que no nos puede pillar por sorpresa. No es un libro fácil.
Nabokov es un tipo que comenzó haciendo una cosa y terminó con la contraria. En su etapa europea aún había interés por los acontecimientos y la trama, aún no estaba subrogada al preciosismo que más tarde asolaría toda la prosa de los años estadounidenses. Fondo versus Forma. Hace poco hablamos en el blog del bueno de Fernández Mallo y de, perdón por la redundancia, Vila-Matas. Escritores que, hablando rápido y mal, pertenecerían a la orilla opuesta a la de Nabokov.
Esto lo cuenta muy bien Rafael Reig en su Manual de Literatura para caníbales, un peculiar compendio teórico (o una novela con la que se aprende, o un ensayo-novela...) donde estalla una guerra literaria entre los partidarios de la “novela artística” y los de la novela entretenida, liderados respectivamente por Javier Marías y Fernando Marías. Un qué contar enfrentado a un cómo contar.
Pero no se me vayan aún, volvamos al principio (de la entrada), volvamos al final (de la carrera literaria de Nabokov). Hablando rápido y bien, Ada o el ardor fue su última novela, ya que al bueno de Vlad sus familiares le hicieron lo mismo que a Kafka: negarle la petición de no publicar sus papeles póstumos. No hay mejor forma de seguir publicando después de muerto que pedirle a tus seres de confianza que lo quemen todo. Así, 30 años después de muerto el padre, el hijo publicó ese conjunto de algos llamado El original de Laura que tanto ha dado que hablar y que hace dos telediarios fue aprovechado por Eduardo Lago para la trama de su Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, donde a un escritor fantasma le piden un informe que descifre qué clase de historia iba a contarnos el ruso en su libro inacabado. Si triunfa (que parece que sí), dentro de 30 años alguien publicará algo como Pero Aurora Lee ya no estaba, y entonces ya sí que sí podremos empezar a hablar sobre la muerte de la literatura o, al menos, de los temas. Me he vuelto a salir del guión.
El estilo es el tema. Y tanto que lo es. Subordinadas sin fin, borrachera de paréntesis que ahondan en nimiedades que nada tienen (en apariencia) de importante y que a ratos le devuelven a uno la imagen del rostro de Nabokov, bien serio, bien altanero, mirándonos a nosotros, pobres mortales, mirándoles a ellos, escritores patanes, y diciendo: ¿Qué, molo o no molo? ¿escribo o no escribo como el Flaubert perfeccionado que soy?
Pues claro que tienen importancia las nimiedades. A propósito de esta prosa enfermiza de detallismo, he recordado un texto muy interesante. Se trata de una charla de la escritora Flannery O’Connor titulada Naturaleza y finalidad de la narrativa en la que se habla de Flaubert y que descubrí gracias a esta entrada de El mono lector. Primero cita un párrafo de Madame Bovary y luego a O’Connor. Las negritas no son mías:
“Golpeaba las teclas con aplomo y recorría de arriba abajo todo el teclado sin interrumpirse. Sacudido así, ese viejo instrumento, cuyas cuerdas frisaban, se oía al otro lado del pueblo si la ventana estaba abierta, y a menudo, el escribiente del ujier que pasaba por el camino real con la cabeza descubierta y en zapatillas de rayas, se detenía para escucharlo, con su hoja de papel en la mano”.
“[...] Respecto a lo que le pasa a Emma en el resto de la novela, podemos pensar que da igual que el instrumento tenga cuerdas que frisen o que el escribiente lleve las zapatillas de rayas y que tenga una hoja de papel en la mano, pero Flaubert tenía que crear un pueblo verosímil en el que situar a Emma. Es necesario recordar siempre que el escritor de narrativa está mucho menos preocupado por ideas importantes y por emociones que sobrecojan de lo que está por ponerle zapatillas de rayas a los escribientes”.
Ada o el ardor es esto a lo largo de 500 páginas de amor, humor y erotismo, donde no sólo se nos cuenta que las zapatillas tienen rayas, sino que también se especifica el color, textura, lugar de procedencia, últimas tendencias en el sector del calzado y hábitos y costumbres de los vecinos del pueblo donde son manufacturadas.
Como es habitual, la novela está plagada de juegos de palabras (algunos intraducibles) y simbología, con personajes como Demon, Aqua, Marina o la casa de campo donde se desarrolla el noviazgo, que equivale a una especie de Jardín del Edén. Ardor también se refiere a la pronunciación al modo ruso, con la vocal profunda y grave del nombre de Ada, “lo que le daba un sonido parecido al de la palabra inglesa ardor”.
Con este libro me ha pasado como con el dibujo de la cubierta: unos días lo amaba y otros lo detestaba. Es un libro para el cual hay que estar bien preparado, bien sabedor de lo que a uno le espera, poco recomendable para la tumbona de la playa, más para la quietud de la habitación silenciosa y el teléfono apagado:
“Van, que se caía de sueño, se fue a acostar poco después del «té de la noche», una colación estival, prácticamente sin té, que se tomaba unas horas después de la cena, y que parecía a Marina tan natural e indispensable como la regular llegada del crepúsculo antes de la noche. En Ardis Manor, aquel tradicional ágape ruso consistía en la prostokvasha, que las institutrices inglesas traducían por curds-and-whey (cuajos y suero) y Mlle. Larivière por “lait caillé” (leche cuajada), cuya capa superficial, fina y cremosa, espumaba Ada delicada pero ávidamente (Ada: ¡cuántas acciones tuyas pueden ser calificadas con esos adverbios!) con la punta de la cuchara de plata, marcada con su monograma, que chupaba con deleite antes de atacar las profundidades más compactas del plato. Para acompañar la prostokvasha había pan negro de campesino, klubnika (Fragaria elatior) de un rojo oscuro, y grandes fresas de jardín de rojo brillante (resultado de un cruce de otras dos especies de fragaria).
Fuente: Pollito Libros
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Diálogos vía Twitter
Preguntan a Alejandro Jodorowsky en Twitter:
- @natzenk: ¿Qué te transmitió el nombre “Ada” para querer ponerselo a la hija que luego resultó ser Adán?
Respuesta: No pensé en Ada sino en Hada.
※
- @AdaLuyo: Hasta a Vladimir Nabokov le gustó nuestro nombre (Ada o el ardor). Lo leí en francés (Ada ou l´ardeur). Bello...
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