Nunca podré estar satisfecho con lo que hice, ni tranquilo con lo que he alcanzado. Quiero más. Mis posibilidades como ser humano son infinitas. Cuanto más alcanzo, menos tengo. Cuanto más crezco, más siento mi pequeñez. Atrás está todo, cubierto de arena, fosilizado.
Yo estoy de pie mirando hacia un horizonte enorme, que nunca alcanzaré a poblar. Ha llegado el momento de aclarar un poco lo que llamo «afrontarse». En el teatro griego, el héroe es hipócrita. Edipo dice: «Yo maté a mi padre, pero no sabía que él era mi padre». «Yo me acosté con mi madre y tuve hijos con ella, pero no sabía que era mi madre; la prueba es que al saberlo me arranco los ojos como castigo.» En el teatro de afrontamiento, el héroe hace conscientes sus deseos: se da cuenta de que su madre lo atrae. Si el incesto le parece mal, lucha contra él. Si no puede resistir sus impulsos, se entrega a ese deseo; actúa sabiendo lo que hace.
Las cosas pasan porque no podrían pasar de otro modo. Desaparece la culpa. Desaparece el autocastigo. Nace la posibilidad de salirse del «todo me sucede» para llegar al «yo forjo mi destino». ¿Y qué es lo que forjo? Nada. Cualquier trabajo sobre uno mismo nunca es creativo: es siempre benéficamente destructivo. Se rompen límites. Tapones psicológicos que una familia, un mundo equivocado nos ha embutido como lastre. El mal no existe, es sólo olvido del bien.
Alejandro Jodorowsky, en “Teatro sin fin. Tragedias, comedias, mimodramas”. Ediciones Siruela.
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Imagen de archivo
Montaje de Imagen: Manny Jaef
@alejodorowsky en Twitter
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